martes, 10 de marzo de 2009

HOMENAJE AL "MAISTRO RAU"

Mil disculpas a los apreciables lectores por no brindarles trabajos desde el mes pasado. Este bache se ha debido a la partida de mi padre Raúl Napoleón Fuentes, también conocido por muchas personas por Raúl Lazo y por otras tantas por “Raúl Peludo” o simplemente “El Peludo”; haciendo alusión a su oficio, los jóvenes de la familia, y otros amigos cercanos le llamábamos “Maistro Raú” o “Maistro Pelu”. De todos estos apodos, nunca renegó.
Después de un agravamiento de su larga y silenciosa enfermedad nos dejó el pasado 14 de febrero.
Aunque hablar de aspectos personales y familiares no es el objetivo de este blog, voy a permitirme la excepción en este caso, considerando que mi padre estuvo inmerso en ciertas coyunturas y procesos que son parte de la historia de Santa Rosa de Lima.
De antemano quiero agradecer profundamente a mis tías Marta y Rosa, que estuvieron a su lado en su enfermedad y en sus alegrías; a mi tía Vilma y tío Dimas por su respeto hacia él y sus esfuerzon por acompañarlo en todo momento; un agradecimiento muy especial a Marillita, que cada domingo le llevaba el consuelo de la religión y una conversación amena; y en general, a todas los amigos, amigas y familiares que nos acompañaron en nuestro pesar.
Mi padre nació el 10 de marzo de 1930, en el Barrio La Esperanza, sobre la 5ª avenida sur. Sus padres fueron Adán Lizama y Hortensia Fuentes, ambos ya fallecidos. Por esos torbellinos de la vida que solo los humanos disfrutamos o sufrimos, Hortensia se casó luego con Francisco Lizama con quién procreo seis hijos de quienes Raúl fue sin remilgos su hermano mayor. Se casó con mi madre Cándida Aurora Romero y procrearon 6 hijos, Juan Bautista (ya fallecido), Milady, Nohemí, Melba, Raúl y Jorge. En la siguente fotografía Raúl y Cándida.
Francisco Lizama era el arquetipo del hombre completo de la época que le tocó vivir, era trabajador y honrado, católico practicante, de pocos tragos y uno que otro amorío fuera del matrimonio, pero sobre todo con una dignidad y hombría elevada. Su último oficio fue herrero y armero, pero también lo vimos hacer obras de albañilería, carpintería y en sus años mozos fue agricultor y carretero. Hortensia era dulcera, fabricaba dulces y conservas de coco, naranja, leche, toronja y otras delicias, que luego transportaba en unos pesados cajones de madera para venderlos en las ferias de los cantones y pueblos de la zona, llegando incluso hasta los pueblos fronterizos de Honduras.
En este ambiente comenzó su paso por esta tierra Raúl Napoleón, en el seno de una familia humilde, trabajadora, pobre como la gran mayoría de los salvadoreños. Logró asistir a la escuela y cursar hasta el cuarto grado. Con mucho entusiasmo alternaba la escuela con las obligaciones del hogar, “para partir a la escuela, tenía que dejar en la casa un viaje de leña, y asistía por la mañana y por la tarde, así que eran dos viajes de leña por día”, me decía. Después de terminar el cuarto grado, escuchó su primera sentencia: “ya no vas a ir a la escuela, ahora vas a trabajar para ayudar a la casa”. “Yo lloré”, me confió en varias ocasiones con los ojos humedecidos, “cuando me dijeron que ya no iba a ir a la escuela, lloré”, afirmaba. Aunque sus padres fueron los ejecutores de esta sentencia, no fueron ello los que la dictaron, sino el sistema de exclusión que obligaba a los padres a iniciar a sus hijos en las milpas a temprana edad. Iniciaba la década de los cuarenta, eran parte de los salvadoreños medio muertos y medio vivos que quedaron del ’32. Pero Raúl cumplió, se hizo ayudante de agricultor y de carretero. “Papá Chico”, como le decíamos sus nietos, tenía una milpa en El Carpintero, más allá del Cantón Pavana, cerca de las costas del Golfo de Fonseca. Se marchaban temprano por la mañana, en una yegua, que alternaban el campesino hombre y el campesino niño, en un viaje de unos 20 km; se quedaban 3 o 4 días trabajando de sol a sol, hasta donde la vida aguantaba.
También era carretero, ¡este Papá Chico era incansable!. Transportaban madera de mangle por encargo, la sacaban o compraban en la “ñanga” y la vendían a los que construían sus casas. Conoció las ventajas de esta madera, a tal grado que cuando construyó su primera casa se empeñó en que la madera que se utilizaría en el techo fuera de mangle, “mientras no se moje, hay madera para rato”, decía. También realizaban viajes a San Miguel, principalmente llevaban cerdos, la carreta se utilizaba para transportar a los porcinos que se agotaban, “chancho que se iba cansando, lo echábamos a la carreta”. Dormían sobre el camino, en Jocoro o en el Valle de Santiago. Después de entregar la piara, se iban a la estación del tren de San Miguel, a buscar “carga” para llevar a Santa Rosa y aprovechar el viaje.
Hasta la hora de su muerte mi padre fue un pensador, un inconforme permanente con el estado de cosas, siempre con proyectos por realizar en la mente; para lograr esto es necesario ser reflexivo, estar alerta al conocimiento, y, además, ser rebelde. La sentencia de ser carretero y campesino o la continuación de lo que su mentor llegara a ser no fue acatada sin resistencia. Me contó en varias ocasiones la forma en que lo hizo, pero será en otro relato que se los haga saber, por ahora lo importante es asentar que decidió por si mismo cambiar su destino y renunció a la milpa y la carreta. Falló en los intentos de ser sastre y telegrafista. Para la época existía un el taller de “joyería” propiedad de Don Samuel Claros. Haciendo uso de un tino natural que poseía para abordar personas y enfrentar circunstancias adversas, una tarde de un día de los últimos años de la década de los cuarenta, con toda premeditación y cálculo abordó a Don Samuel, me lo contó de la siguiente forma.
“El taller de don Samuel estaba en donde hoy se encuentra la tienda de don Tacho Benítez, y yo vigiaba a don Samuel buscando la oportunidad para platicar con él. Una tarde él estaba fumándose un puro en la esquina que ocupa hoy la Despensa Familiar; yo ya fumaba, y con el pretexto de pedir fuego, me acerqué a él y le dije:
- ¿Buenas tarde me puede regalar fuego?
Después de encender su cigarro seguí.
- Mire maistro y en su taller no habrá chance para un aprendiz.
- No fijate, estamos llenos.
- Es que yo le decía, porque allí está un primo mío, Heriberto.
- ¡Ah! y de quién sos hijo vos.
- Mi abuela es Doña Faustina.
- ¡Ah bueno!, si sos familia de Doña Faustina, llegate el lunes, a ver que podemos hacer.
Mi papá tenía una carta bajo su manga, por eso no contestó con el nombre de su madre, sino con el de su abuela, ella era la partera de la esposa de don Samuel, y eso era suficiente recomendación.
Así ingresó al oficio que le dio para vivir y educar a sus hijos y formar parte de una generación de orfebres que tuvieron un relativo éxito económico. Entre ellos podemos mencionar a don Lango Luna, Neto Luna, Rubén Martínez, Adonay Andrade, Santana Lazo y otros.
El oficio de “joyero”le dio independencia y se pudo dedicar a practicar el fútbol con muy buen suceso. Fue fundador del Municipal Limeño, formó parte del primer equipo federado que organizó don Adolfo Soto, Alcalde Municipal de la época. Jugó a la par de don Chindo Guevara, considerado por muchos el mejor delantero del momento. También fueron compañeros de equipo Piquín Rosales, Perucho, Juan Amaya, Picheta, Samuel Sieca, Guazalo (de Zafra), Zafrita, Majano, David Sura, Chapín, Rigo La Cabra, Tito Padilla y otros. Entre los equipos que enfrentaba se pueden mencionar al Internacional y al Corona de San Miguel, Chinameca Sporting, Atlético Balboa, el San Jorge, el Cacahuatique, Liberal de Quelepa, etc. Desde 1950 hasta 1972 también fue directivo, ocupó todos los cargos excepto el de secretario. Cuando el limeño llegó a la primera división en 1972, se replegó al papel de colaborador y fue un sempiterno socio.
En la década de los ochenta fue fundador del S. O. L. (Sociedad de Obreros Limeños), junto con René Vargas, Ovidio Perla y don Rafael Melara, entre otros. El equipo escaló hasta la liga “B” y fue vivero del Municipal Limeño. El fútbol fue su pasión y el Municipal Limeño el equipo de sus amores y hasta una semana antes de su partida estuvo al tanto de los resultados de sus encuentros. En el preciso momento que depositábamos su cuerpo en la fría tumba, las celebraciones de las jugadas de un partido de campeonato del Limeño llegaron a los oídos de los presentes como un tributo, digamos involuntario, austero e injusto con uno de los hombres que originaron esa institución deportiva, que nos representa y nos representará en el futuro, a todos los santarroseños.
Armado con el oficio de “joyero” era tiempo de alzar vuelo, de buscarse a si mismo y obtener el temple de hombre. Así partió hacia Honduras en la década de los cincuenta. Llegó a San Pedro Sula en dónde obtuvo fácilmente empleo en un taller de joyería. Posiblemente permaneció alrededor de 2 años y luego volvió a su natal Santa Rosa.
Era tiempo de crear la familia y se unió a mi madre, trabajadora incansable, que enfrentaba con arrojo los retos que se le presentaban. Recuerdo una frase que siempre me ofrecía para darme ánimos en alguna empresa: “El valor es la mitad de la vida, hijo”. Fue lavandera, fresquera, pupusera, vendedora de oro en el Amatillo, buhonera y hasta su fallecimiento fue propietaria del comedor “Aurora”. Para obtener los bienes que llegaron a tener y de la educación de sus hijos, ambos se esforzaron por igual, nos dieron bondadosamente más de lo que necesitamos.
Entre otras cosas, mi padre fue directivo del Grupo Scout Nº 47, en la década de los ’70, que al parecer es el único grupo que se ha organizado en Santa Rosa de Lima. Fue directivo de la Caja de Crédito y concejal de la administración de Doña Pema Alvarez. En la siguiente fotografía aparece junto a otros directivos de la Caja de Crédito, entre ellos, Don Carlos Vargas, Don Will Ventura y el profesor don Raúl Pérez.



Una de las aficiones de mi padre fue la lectura, principalmente de los clásicos. Me comentó que había leído El Conde de Montecristo y La Dama de las Camelias de Alejandro Dumas. Recuerdo haber visto ejemplares de “Ibis”, novela que le costó la excomulgación a José María Vargas Vila y El Paraíso Perdido de John Milton. Siempre le gustó leer y nos llevaba libros a la casa, la mayoría comprados en las ventas de libros usados de las calles de la capital, durante la época que trabajó en el taller de don Neto Luna en San Salvador. Especialmente recuerdo, que cuando aprendí a leer, cada sábado lo esperaba ansioso por los pasquines que me traía, usados o nuevos, de Tarzán, Superman, El Sargento Furia y otros; lo esperaba con tanta emoción que tenía que entregármelos antes de entrar a la casa.

Recuerdo dos de sus tradiciones, que con el devenir de los "tiempos modernos", como familia las hemos perdido lastimosamente. La primera eran las tarjetas de navidad. Cada inicio de diciembre se hacían los preparativos para enviar en una tarjeta navideña los deseos de prosperidad "oficiales" de "Raúl Napoleón Fuentes y familia". Nos tocaba a los hijos menores hacer el papel del cartero familiar y repartir las tarjeta con suficiente anticipación para que lucieran en los "árboles de navidad" de las amistades. Eran tiempos en que los "árboles de navidad" se hacía con una rama de salamo, se usaba algodón para adornarlo y el nacimiento se montaba sobre arena traída del río. La segunda tradición eran los paseos a la playa para la Semana Santa y el primero de enero. Especialmente íbamos a Las Tunas, pero también en alguna ocasión fuimos a Playitas. Nos trasladábamos en camiones o en pick-ups que eran alquilados entre dos o más familias, en muchas ocasiones recuerdo que viajamos junto con la familia de don Lango Luna, colega muy apreciado de mi padre. Esta tradición todavía la disfrutaron los primeros nietos, como se ve en la siguiente fotografía tomada al llegar a la playa. En ella aparecen Ernesto (nieto, hijo de Mila), mi padre, Melba (hija), Lisseth (sobrina, hija de Vilma); Loly (sobrina, hija de Rosa); Mila (hija), un gemelo (Nelson o Mauricio, nieto, hijo de Melba); Nelisa (nieta, hija de Melba): el otro gemelo (Mauricio o Nelson, nieto, hijo de Melba), y Sonnel (nieta, hija de Melba).
Bueno hasta aquí este pequeño homenaje al “Maistro Rau”. Por supuesto lo he escrito como hijo agradecido, por eso el lector podrá notar la ausencia de equivocaciones, habrán verdades que falten o inexactitudes escritas, pero eso se lo dejo a otros que tengan interés en dilucidarlas, por mi parte es lo que tengo que decir, considero que no me asiste ni la voluntad ni la obligación de ir más allá, estoy consciente que la imperfección del humano incluye la imperfección de un padre y de un hijo.
Hay un último detalle que quiero compartir con ustedes, el día que murió mi padre, el 14 de febrero, precisamente es la fecha de mi cumpleaños, todavía no tengo otra interpretación de la coincidencia, más que la afirmación de que uno de los papeles que tenemos que cumplir en nuestra existencia es la conservación de la especie.

1 comentario:

  1. Felicitaciones hermoso gesto para con su padre y gracias por publicar a cerca de Ricardo Cruz(el chele américano)en su blog.Espero que toda la comunidad del municipio de la unión pueda conocer mas a Ricardo.
    murrutia2812@gmail.com

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