Para ir conociendo un poco más sobre nuestro pueblo, hace unos meses se me ocurrió buscar los trabajos que tuvieran como escenario la misma ciudad. Hasta la fecha he encontrado tres, una canción y dos cuentos; cuyos autores son Pancho Lara, Danilo Vásquez y Ricardo Lindo Fuentes. Pero teniéndolos enfrente decidí escribir algo acerca de los trabajos y esto es lo que les presento. Al final de cada comentario encontrarán el trabajo relacionado. Les pido paciencia y que conozcan los trabajos y un poco de sus autores.
La ilustración al inicio es una improvisación que realizó Albertico (Tico) Hernández, en una página en blanco y con los medios a su alcance; entre plática y canción, entre chiste y broma y entre café y cigarro, la creación cubrió la insulsa página blanca. Un especial agradecimiento a Tico.
El primer trabajo es una canción atribuida a Pancho Lara. Francisco Antonio Lara Hernández, su nombre completo, (03/12/1900- 05/05/1989), nació en “La Presa”, jurisdicción de Santa Ana. Cantautor de muchas canciones dedicadas a la fauna, la flora y aspectos sencillos de la vida cotidiana creció en un hogar con limitaciones económicas, lo que le permitió estudiar hasta tercer grado. Aunque aprendió el oficio de la sastrería, fue músico atuodidacta, quizás influenciado por su hermano mayor que era violinista. En su página web (http://www.pancholara.com/) se describe a Pancho Lara como "eterno enamorado de su terruño," y "le dedicó muchas de sus composiciones musicales a la naturaleza," "a los árboles, a las flores, a los lagos, a los pueblos que sobresalieron por alguna actividad comercial o de comportamientos tradicionales". Mantuvo contactos con Claudia Lars y viajó por todo el país y al extranjero promoviendo su música. Fue objeto de varios reconocimientos durante su larga vida artística. Sus obras se utilizaban (¿o se utilizan todavía?) mucho en las escuelas para preparar actos artísticos. Quizás su obra más conocida es El Carbonero, que fue creada entre 1934 y 1937 y muchos salvadoreños, especialmente los radicados en países extranjeros, lo consideran el segundo himno nacional. En su sitio web se dimensiona su obra en "205 canciones y 24 prosas poéticas; entre sus obras más conocidas se encuentran: El Carbonero, Las Cortadoras, El Pregón de los Nísperos, Los Izalqueños, Chalatenango, Las Floreras del Boquerón, entre otras”. En unos correos electrónicos intercambiados con las administradoras de su página web, me confirmaron la autoría de Pancho Lara de la canción y la ubican en un cancionero aparecido en 1954.
La letra que aparece a continuación es como la recuerdo y me han ayudado a recordar, no he podido encontrarla por escrito. Personalmente la solicité en la página web de Pancho Lara pero no fue posible: sus administradoras pretendían el pago por los derechos de autor a pesar de que se les manifestó que no era para fines lucrativos.
Esta canción la enseñaban en las escuelas y en la iglesia católica, personalmente la conocí allí cuando cursaba el catecismo.
Desconozco las circunstancias alrededor de la canción, si Pancho Lara estuvo aquí durante algún tiempo o fue a través de terceras personas que conoció de Santa Rosa y su entorno.
Esta canción la enseñaban en las escuelas y en la iglesia católica, personalmente la conocí allí cuando cursaba el catecismo.
Desconozco las circunstancias alrededor de la canción, si Pancho Lara estuvo aquí durante algún tiempo o fue a través de terceras personas que conoció de Santa Rosa y su entorno.
!Ojalá que no se les haya olvidado la tonadita y puedan cantarla de nuevo!
CANCIÓN DEDICADA A SANTA ROSA DE LIMA.
Santa Rosa pueblito soleado,
piedrecita engarzada en montaña,
que contentas suenan tus campanas
repicando en blancos campanarios.
En tus noches bañadas de luna
suena alegre el rumor de tu río;
como brilla el tesoro escondido
en tus minas de rico metal.
Santa Rosa es una bendición,
como una canción ardiente de amor,
La Lima le dio su sabrosa miel
Santa Rosa de Lima se llamó,
y así nació, en el corazón,
de aquel ciudadano del lindo Perú.
Pancho Lara.
Santa Rosa pueblito soleado,
piedrecita engarzada en montaña,
que contentas suenan tus campanas
repicando en blancos campanarios.
En tus noches bañadas de luna
suena alegre el rumor de tu río;
como brilla el tesoro escondido
en tus minas de rico metal.
Santa Rosa es una bendición,
como una canción ardiente de amor,
La Lima le dio su sabrosa miel
Santa Rosa de Lima se llamó,
y así nació, en el corazón,
de aquel ciudadano del lindo Perú.
Pancho Lara.
El segundo trabajo es obra del profesor y escritor Danilo Vásquez (11/05/1960- ) y se trata del cuento “El Diablo en Santa Rosa de Lima”. Nacido en San Miguel, Roger Danilo Vásquez ha vivido y sufrido la mayor parte de su existencia en Santa Rosa; actualmente es profesor de educación básica, escribe poesía y cuento, pero sobre todo es un conversador y lector incansable (especialmente desde la noche hasta el amanecer). Experimentador permanente, ha publicado la revista cultural "Xilonem"(2 ediciones) y el periódico "4 semanas"(6 ediciones) y últimamente 4 discos de poesía y cuento narrados por el mismo. También es autor de las "Técnicas para enseñar y aprender en aula (Técnicas dialogizantes)". Sus trabajos han aparecido en los espacios culturales de los principales periódicos del país y fueron incluidos en la antología nacional "3x15 mundos" de la UCA. Entre sus principales publicaciones están "El Diablo en Santa Rosa de Lima" (1987); "Cuando la luna llena" (1992); "Cuba... una sílaba tras otra" (1999).
Cuando Danilo Vásquez rompe su anonimato literario con "El Diablo en Santa Rosa de Lima" en 1987 desata una polémica en el pueblo. La iglesia católica y otras personas claramente aludidas tuvieron una posición de rechazo a la utilización directa de sus negocios o instituciones en la trama del cuento. Y no fue para menos, la imaginación del autor trajo al mismo Satanás, no en un día de trabajo, sino de vacaciones, relajado, tal cual turista con la curiosidad invadiendo sus pensamientos, a caminar por las calles de Santa Rosa de Lima en un período difícil, en plena guerra civil y una gobernabilidad municipal muy vulnerada por la tempestad política de la época. Santa Rosa estaba, y en un muy buen porcentaje todavía, sumida en un magno desorden que presentaba al parque como su estandarte.
Después de posarse en el Cerro de La Cruz y tener una visión panorámica, Satanás hace su entrada al pueblo a través del torturado Río Santa Rosa, símbolo de la insensibilidad de los habitantes de este pueblo ante el deterioro de su medio ambiente. Los que ya tenemos más de cuatro décadas en andar en este planeta, y sobre todo los que vivíamos a las orillas del río, recordamos las descargas de "la presa" con el contenido de los residuos tóxicos que realizaban impunemente las compañías que explotaban las minas de oro y plata de San Sebastián, que arrasaban con los pocos peces que habían (los renacuajos, congos y las chumbas fueron las últimas especies); esto sucedía cuando el agua del río todavía se utilizaba para lavar ropa, trastos y bañarse y la gente dejaba de utilizarla por varias semanas. Desde hace varias décadas también le vertimos aguas negras sin ningún tratamiento y nuestro río como ecosistema prácticamente ha desaparecido. Los peces, los árboles de iriris, carao, conacastes, anonas, jocotes, guacuco, piñales; masacuates, iguanas, tijeretas, coyotes, piches, etc. no son ya más nuestros vecinos. También la quebrada del cabildo no se escapa a nuestra indolencia. Santaroseños de pura cepa mantuvieron o mantienen el cauce de la quebrada como su botadero particular. Hace algunos años pude observar que sus ribereños habían construido una ventana para tirar la basura al cauce y en la época seca se podía medir la intensidad de su indolencia por la altura que alcanzaba el promontorio frente a su propiedad.
La siguiente parada del jefe de los ángeles rebeldes es en el mercado municipal y sus alrededores. Fija sus sentidos en lo antihigiénico, el desorden y en las desbordadas ansias por el dinero. Aunque Satanás menciona “gente trabajadora”, lo hace, como es él, con sarcasmo. Realmente, la mayoría de las personas que trabajaban en los mercados son pobres, emprendedores, cabalmente gente trabajadora, de las cuales muchas son mujeres; sin embargo, también es una realidad que en la gran lucha contra la pobreza, al igual que en los grandes negocios, es posible caer en el engaño, el vicio, la avaricia y otros antivalores humanos. A lo mejor, el Diablo debió detenerse y entrar al Banco de Comercio, en dónde se hubiera deleitado con el uso refinado que le dan al dinero en estos lugares para ayudarle a ganar almas. Ciertamente lo antihigiénico y desorden de los puestos hiere a la más embotada sensibilidad, pero esto es, en su mayor proporción, responsabilidad de los gobernantes municipales que no han sido visionarios y han actuado como un pájaro queriendo atravesar un vidrio, chocando vez tras vez ante el mismo obstáculo. Por hoy, se está construyendo un nuevo mercado en el mismo sitio, lo cual merece una reflexión serena sobre los beneficios que traerá a la comunidad. Ojalá que no sea otro intento como los del pájaro mencionado.El diablo dobló sobre la cuarta calle oriente y después de pasar tropezándose en varas y velachos se acercó al comedor “Pema”, que ha dado origen a uno de los restaurantes representativos de la zona oriental, gracias a su deliciosa sopa de apretadores. Por supuesto que la suculenta sopa de apretadores tiene efectos muy diferentes a los del alcohol en el cuerpo y mente humana, y el objetivo de los asistentes a dónde “La Pema” no era emborracharse sino degustar de la famosa sopa de apretadores, o una carne asada acompañada de tortillas con quesillo. Lo que si vale, es decir que el alcoholismo puede aparecer en un modesto comedor o en un lujoso restaurante, pero el culpable no es lugar sino el cristiano víctima o futura víctima del vicio.
Siguió lucifer su camino y dobló hacia el norte en la esquina del antiguo Banco de Comercio, hoy Scotiabank. Lástima que no entró, porque, a lo mejor, hubiera profetizado la actual crisis financiera del capitalismo.
El cuarto lugar en que se detiene “el que antes fuera Luzbel” es el parque, el lugar que los niños y jóvenes recorríamos antes de entrar y después de la salida de la escuela. Algunos minutos de juego en sus corredores con pisos de colores entre arriates flanqueados de crotos y claveles, nos proporcionaban el último impulso necesario para enfrentar al antipático conocimiento, que nos separaba del río y la pelota. A la salida, era recipiente de la descarga de energía desatada de tanto cipote por la felicidad diaria de abandonar la escuela, aunque fuera por un miserable día. Desde las primeras horas de la noche, el parque se convertía en el lugar de convergencia de la mayoría de jóvenes, los corros a la luz de una lámpara o en la penumbra eran abundantes y las citas furtivas entre las parejas de novios completaban los elementos de un parque: alegría, camaradería, juego, amistad, amor, humor, en fin, algo de paz. Y todo eso había sido arrebatado vilmente por el populismo de las autoridades municipales, el descaro de los propietario(a)s de las “mini cervecerías” y la desidia de la ciudadanía y sus principales instituciones, incluida la iglesia católica que era la principal testigo. El alcoholismo, la prostitución, la drogadicción y los juegos prohibidos se habían tomado el centro de la ciudad, la primitiva plaza en dónde se reunió Manuel Díaz con el Marqués de Albornoz el 12 de diciembre de 1757 para fundar el pueblo, trazar el área de la población, repartir solares entre los presentes y nombrar a las primeras autoridades municipales. Es decir mancillamos nuestros símbolos y colocamos la paz, el mejor tesoro de la humanidad, en la vitrina de trofeos del infierno. Afortunadamente, después de más de una década, esto se ha corregido parcialmente. Con el costo de perder parte de su área original, el parque se rescató como espacio de comunión pacífica para la población, pero el ambiente de corrupción solo se trasladó geográficamente a otro lugar, a una minúscula Sodoma, irónicamente llamada “La Plaza Alegre”, en dónde las drogas, el alcohol y hombres y mujeres se cuecen para producir a los humanos más tristes del pueblo (¿han visto a Malebra?).
Por último el diablo llegó a la iglesia, específicamente a la iglesia católica, con la que lucha y siente el placer de la batalla, “aunque siempre gano”, afirma; así que los cristianos, no sólo los católicos, tienen la palabra. Esa institución que por siglos ha sido compañera de viaje de reyes y nobles, de dictadores y sibaritas, también ha parido hombres y mujeres que han seguido el verdadero camino señalado por Jesús, como Oscar Arnulfo Romero, Martin Luter King y Teresa de Calcuta.
Los ciudadanos de Santa Rosa de Lima, ahora tenemos que preguntarnos que hemos hecho por cambiar estas cosas que el diablo vio y disfrutó en sus vacaciones en este pueblo. ¿Está ganando la batalla Satanás a Santa Rosa de Lima, primera santa de América y protectora de este pueblo?
El cuento tiene toda la alevosía de provocar, como lo hace Horacio Moya en El Asco. Esta provocación tuvo el objetivo de interesar (¿palabras de Dalí o Gunter Gras?), lo cual se logró y estableció un patrón de medida de lo que no debe ser nuestra ciudad. Por eso siempre interesa y, según su autor, son ya más de 2000 los ejemplares vendidos en los 22 años que tiene el cuento.EL DIABLO EN SANTA ROSA DE LIMA.
Por no querer perder el tiempo
pierdes el tiempo y el alma
estás perdiendo la vida
de tanto querer ganarla
José Bergamín.
Pensando variar las vacaciones, el diablo decidió visitar el llamado nuevo mundo, el descubierto por Colón, del cual él, era el rey único y señor.
Subió de los infiernos y llegó a la América Latina, pasando por Centro América, le atrajo un pequeño país y más todavía, un pueblo de dicho país: Santa Rosa de Lima. Se detuvo Satanás en la cima del cerro La Cruz. Lo cautivó tanto el clima del pueblo, que lo sintió tan familiar al de su hogar y decidió bajar para darse cuenta de lo que hacían sus habitantes.
Entró nuestro señor, el diablo, por el río que se cruza cuando se va hacia el Cantón Pasaquinita, llegando al mercado, se sintió más en ambiente; pues, lo sucio, lo antihigiénico de los puestos y el desorden que prevalecía, eran cualidades del infierno. Siguió su camino y a cada paso: ventas y más ventas; gente trabajadora –pensó Satanás- esto es bueno para mis propósitos, ya que el dinero es una de mis mejores armas para ganar el alma de estos seres que se olvidan de su salvación por unos mugres y apestosos billetes.
Y siguió Satanás su camino, riéndose satisfecho de sus hijos. De repente, en una joyería, ubicada en el Centro Comercial Principal, se oyeron los gritos estridentes de un loco que decía, detrás de una vitrina, a una señora hondureña: “las babosadas no me las regalan vieja negra, váyase mucho a la M…”
Al otro lado de la calle, sentado en la acera, el diablo reía sardónicamente y repetía: ya lo decía, ya lo decía, el dinero es mi mejor arma.
Prosiguió su camino, el ángel caído del cielo, el que antes fuera luzbel. A pocos metros del “Principal”, oyó Satán música de mariachis, gritos de bolos, risas y conversaciones por efectos del alcohol y la sopa de apretadores. Adentro del comedor “Pema”, habían unos cuantos mortales que el diablo aborrecía, por el hecho de que cumplían fielmente uno de sus tantos mandamientos: “Beban hasta emborracharse y gasten el dinero obtenido con el sudor de su frente, inclusive el de sus semejantes”. Luego se retiró del comedor “Pema”, pues, qué había en estar perdiendo el tiempo por unos cuantos bolos, que ya hacía mucho, aparecían en su lista y que no oponían ni la menor resistencia, no, él venía por aquellos que estaban luchando por la salvación de su alma.
Pues bien, pasó nuestro señor por un tal Banco de Comercio, desviándose hacia lo que llamaban “Parque de la ciudad” y observó más de lo que había visto: ventas y más ventas; bolos y más bolos; minicervecerías y más… Pero hubo algo que emocionó a Satán y fue un olor fétido de orines que se respiraba en el ambiente, lo inspiró tanto que dijo las siguientes frases: “Definitivamente, este es mi segundo hogar y de aquí no me voy”.
Gozando Satanás del encuentro de su segundo hogar, fue interrumpido brevemente por unos cuantos campanazos, legendarios y mortecinos como la vida de los mortales, que en su ceguera mental no se percatan de lo efímero e iluso que el tiempo y se pasan perdiéndolo por tonterías y vanidades que allá en el cielo, de nada les servirán. Para Satán, que busca eternizar al hombre por el mal y para el mal, fue simple y sencilla la razón por la que fuera interrumpido esporádicamente de su alegría; pero él es, el eterno feliz, el rey de los hombres y su objetivo primordial es, ganarlos a todos, para ser adorado por todos. El, y nadie más que él, ríe y goza de la debilidad de los hombres; los cuales fingen odiarlo hasta el extremo de horrorizarse de su nombre, pero la verdad, lo aman y lo idolatran, tal es la paradoja.
Las campanas le hicieron rebozar de alegría y felicidad. La iglesia, la iglesia, exclamaba el diablo, en ella yo lucho y gozo porque me dan el placer de la batalla; aunque siempre gano, pero al menos me dan ese placer y es el único lugar donde yo me siento satisfecho y realizado, pues cumplo mi obra: la de tentador. Y ella, la iglesia, es el medio para lograr el fin que me propongo. Definitivamente, Santa Rosa de Lima es lugar apropiado.
El diablo entró a la iglesia, portando un cartelito en su espalda, con la inscripción: “El Chisme”.
Y Dios, en su infinito silencio y en su eterno amor y perdón, lloró infinitamente.
Danilo Vásquez. Editorial 4 semanas. Julio 2003. Santa Rosa de Lima, La Unión, El Salvador.
Por no querer perder el tiempo
pierdes el tiempo y el alma
estás perdiendo la vida
de tanto querer ganarla
José Bergamín.
Pensando variar las vacaciones, el diablo decidió visitar el llamado nuevo mundo, el descubierto por Colón, del cual él, era el rey único y señor.
Subió de los infiernos y llegó a la América Latina, pasando por Centro América, le atrajo un pequeño país y más todavía, un pueblo de dicho país: Santa Rosa de Lima. Se detuvo Satanás en la cima del cerro La Cruz. Lo cautivó tanto el clima del pueblo, que lo sintió tan familiar al de su hogar y decidió bajar para darse cuenta de lo que hacían sus habitantes.
Entró nuestro señor, el diablo, por el río que se cruza cuando se va hacia el Cantón Pasaquinita, llegando al mercado, se sintió más en ambiente; pues, lo sucio, lo antihigiénico de los puestos y el desorden que prevalecía, eran cualidades del infierno. Siguió su camino y a cada paso: ventas y más ventas; gente trabajadora –pensó Satanás- esto es bueno para mis propósitos, ya que el dinero es una de mis mejores armas para ganar el alma de estos seres que se olvidan de su salvación por unos mugres y apestosos billetes.
Y siguió Satanás su camino, riéndose satisfecho de sus hijos. De repente, en una joyería, ubicada en el Centro Comercial Principal, se oyeron los gritos estridentes de un loco que decía, detrás de una vitrina, a una señora hondureña: “las babosadas no me las regalan vieja negra, váyase mucho a la M…”
Al otro lado de la calle, sentado en la acera, el diablo reía sardónicamente y repetía: ya lo decía, ya lo decía, el dinero es mi mejor arma.
Prosiguió su camino, el ángel caído del cielo, el que antes fuera luzbel. A pocos metros del “Principal”, oyó Satán música de mariachis, gritos de bolos, risas y conversaciones por efectos del alcohol y la sopa de apretadores. Adentro del comedor “Pema”, habían unos cuantos mortales que el diablo aborrecía, por el hecho de que cumplían fielmente uno de sus tantos mandamientos: “Beban hasta emborracharse y gasten el dinero obtenido con el sudor de su frente, inclusive el de sus semejantes”. Luego se retiró del comedor “Pema”, pues, qué había en estar perdiendo el tiempo por unos cuantos bolos, que ya hacía mucho, aparecían en su lista y que no oponían ni la menor resistencia, no, él venía por aquellos que estaban luchando por la salvación de su alma.
Pues bien, pasó nuestro señor por un tal Banco de Comercio, desviándose hacia lo que llamaban “Parque de la ciudad” y observó más de lo que había visto: ventas y más ventas; bolos y más bolos; minicervecerías y más… Pero hubo algo que emocionó a Satán y fue un olor fétido de orines que se respiraba en el ambiente, lo inspiró tanto que dijo las siguientes frases: “Definitivamente, este es mi segundo hogar y de aquí no me voy”.
Gozando Satanás del encuentro de su segundo hogar, fue interrumpido brevemente por unos cuantos campanazos, legendarios y mortecinos como la vida de los mortales, que en su ceguera mental no se percatan de lo efímero e iluso que el tiempo y se pasan perdiéndolo por tonterías y vanidades que allá en el cielo, de nada les servirán. Para Satán, que busca eternizar al hombre por el mal y para el mal, fue simple y sencilla la razón por la que fuera interrumpido esporádicamente de su alegría; pero él es, el eterno feliz, el rey de los hombres y su objetivo primordial es, ganarlos a todos, para ser adorado por todos. El, y nadie más que él, ríe y goza de la debilidad de los hombres; los cuales fingen odiarlo hasta el extremo de horrorizarse de su nombre, pero la verdad, lo aman y lo idolatran, tal es la paradoja.
Las campanas le hicieron rebozar de alegría y felicidad. La iglesia, la iglesia, exclamaba el diablo, en ella yo lucho y gozo porque me dan el placer de la batalla; aunque siempre gano, pero al menos me dan ese placer y es el único lugar donde yo me siento satisfecho y realizado, pues cumplo mi obra: la de tentador. Y ella, la iglesia, es el medio para lograr el fin que me propongo. Definitivamente, Santa Rosa de Lima es lugar apropiado.
El diablo entró a la iglesia, portando un cartelito en su espalda, con la inscripción: “El Chisme”.
Y Dios, en su infinito silencio y en su eterno amor y perdón, lloró infinitamente.
Danilo Vásquez. Editorial 4 semanas. Julio 2003. Santa Rosa de Lima, La Unión, El Salvador.
El tercer trabajo es un cuento del libro “LO QUE DICE EL RÍO LEMPA” del escritor Ricardo Lindo titulado “El juicio en Santa Rosa de Lima”. El libro es la historia hecha magia o el misterio de la historia, de lo que obligadamente llamamos ahora El Salvador.
Ricardo Lindo Fuentes nació en San Salvador el 5 de febrero de 1947 en el seno de una familia "preocupada por los temas culturales". Acompañando a su padre en funciones diplomáticas se traslada a vivir a Santiago de Chile y posteriormente a Bogotá, Colombia. Después de terminar el bachillerato en El Salvador, estudia filosofía y publicidad en Madrid y Psicología en París. A su regreso a El Salvador fue director de la revista ARS de 1992 a 2002. Siendo un artista de muchas aristas ha cultivado la narrativa, la poesía, el teatro, la pintura y el ensayo, en esta última categoría realizó un trabajo sobre la pintura rupestre de la Cueva del Espíritu Santo, localizada en Corinto, Morazán. Para conocer la obra del autor les recomiendo visitar su sitio http://es.geocities.com/ricardolindosv.
En el cuento se desarrolla un juicio por contrabando a un ciudadano árabe. Un profesor, muy respetado en el pueblo “a pesar de ser poeta” interviene en defensa del árabe con el consentimiento del juez. El profesor remonta al auditorio a la época muy lejana en que las fronteras las determinaba más la naturaleza que los hombres, con desiertos inmensos, montañas infranqueables, mares, lagos, con climas impensables y fieras desconocidas al acecho. Los que se atrevían a cruzarlas para llevar noticias, ciencia y productos a través de estas fronteras eran los antepasados del acusado, el oficio lo llevaba en la sangre, como el desierto a la arena. El público terminó embelesado y el juicio se suspendió.
La humanidad, además de instituciones e instrumentos también ha ido borrando y creando delitos según las referencias morales, religiosas y conocimientos de la época; la prostitución, preferencias sexuales, el desempleo disfrazado de vagancia; hasta la misma experimentación científica, como le pasó a Galileo en el siglo XVII y la clonación ahora, han sido perseguidas o cuestionadas por las leyes de cada época. Los aventureros mercaderes, astutos y valientes, admirados como Marco Polo, se convirtieron en contrabandistas cuando el “egoísmo de los hombres” repartió la tierra y se inventaron las fronteras políticas.
El tema del contrabando ha sido permanente en Santa Rosa desde la independencia. Ya en la colonia nuestro pueblo estaba en la ruta a principales ciudades coloniales, como Comayagua en Honduras y León en Nicaragua. Santa Rosa era el último paso común a los viajeros de estas dos rutas, los que iban para Comayagua seguían a San Antonio El Sauce y luego a Saco (ahora Concepción de Oriente); los que viajaban a León tomaban camino a Goascorán y Nacaome. Actualmente Santa Rosa de Lima sigue estando en la principal ruta de los viajeros a Honduras y Nicaragua.
Hoy por hoy el contrabando es delito y si queremos vivir en paz se debe castigar, más todavía cuando la mercancía es semilla de muerte como es el caso de tráfico de drogas o armas, cualquiera sea su rumbo. Pero también se debe recordar que el contrabando de telas, semovientes, añil, café, cigarros, queso, crema, quesillo, gallinas, garrobos, iguanas, oro, medicinas, pericos, curiles, churros, dulces, ropa, chinos, peruanos, y muchos otras cosas y seres, ha sustituido al desierto que no produce, al arrabal olvidado por el gobernante que se preocupa más por tener monumentos y jardines grandiosos en la capital que construir escuelas y hospitales en los departamentos.
Un detalle especial de este cuento es que Ricardo Lindo, el autor, nunca ha estado en Santa Rosa de Lima, pero la conoce por Danilo Vásquez, con quién los une la amistad y las letras, y en efecto, según me lo afirmó el mismo autor, Danilo es el profesor y poeta del cuento, el más indicado para llevar a un jurado a los misteriosos lugares de las tierras del Oriente, hacerlos entrar a los palacios y cortes descritas en Las Mil y una Noches y hacer sentir la poesía y el mismo aire de mar que respiró Simbad.
EL JUICIO EN SANTA ROSA DE LIMA.
El fiscal había sido duro.
El acusado, un joven de grandes ojos negros, miraba tristemente a los jurados. Sabía que el defensor –nombrado de oficio por la Fiscalía- no podía hacer gran cosa.
Lo atraparon pasando un cargamento de ropa por la frontera de Honduras, lejos de la aduana, y los policías lo golpearon tras robarle las mejores prendas.
Los jurados sólo agacharon afirmativamente la cabeza mientras se relataban los cargos en su contra. Era, para colmo, un extranjero, un turco como llamaba el fiscal a los árabes. El, como todos sus congéneres (y el acusador casi se atrevió a decir como sus descendientes y los hijos de sus descendientes) traficaba a costas del dinero del estado. Es más, ni siquiera hablaba bien el español.
Así estaban las cosas, antes que el abogado defensor interviniera, cuando se levantó el profesor de escuela, que se encontraba entre los espectadores, e interrumpió la honorable sesión.
Lo dejaron hablar, quizás porque el estupor detuvo al Juez, o bien porque era conocedor del respeto que el profesor gozaba en la comunidad, a pesar de ser poeta.
Habló pausadamente al comienzo, y poco a poco su voz fue elevándose y llenándose de vida.
Recordó las caravanas árabes recorriendo el ilimitado desierto para llevar, a lomo de camello, las sedas de Oriente a las cortes de Europa, y esas especias por las que un día América sería descubierta. El don de China iba en manos de esos camelleros de ojos oscuros, cubiertos de largas túnicas, a través de los fríos del Himalaya y los calores del África, desafiando los vendavales de arena y la crueldad inocente de las fieras.
Porque eran habitantes de la arena, que no produce nada, se volvieron comerciantes. Esos eran los antepasados del prisionero, cuyo camión era un falso camión, era un camello disfrazado de camión.
El profesor hizo una pausa y continuó.
También El Salvador era un desierto, un desierto poblado de árboles. Recordó su juventud, cuando recorría ciudades y caseríos pagando con acrósticos un almuerzo o un techo ocasional. No de otro pagaba Al-Mutanabi, con sus versos, la hospitalidad de jeques y sultanes en las cortes de Las Mil y una Noches. Sí, también en él, humilde profesor de escuela, había un grano de Al-Mutanabi, el inmortal poeta árabe.
Luego se refirió a los papiros, que crecen en nuestro suelo como a las orillas del Nilo, y a las garzas de los manglares, que se antojaban ibis rosados de Egipto. Las olas que bañaban sus pies en el Puerto de La Unión eran ciertamente las mismas que vieron pasar la embarcación de Simbad el marino.
Volvió aún al acusado. Hijo de un pueblo de errantes, había transgredido una frontera, pero las fronteras, a fin de cuentas, eran el resultado del egoísmo de los hombres, y la tierra era una sola, y para todos había sido creada.
Cuando el profesor concluyó su discurso, los asistentes creyeron haber sido depositados en el suelo por una alfombra mágica.
Todos se alejaron silenciosos, y el juicio ya no tuvo lugar. El acusado salió libre, porque lo contrario hubiera sido destruir el hechizo, romper una copa de Naishapur, despetalar los rosales de Persia, hundir el barco de Simbad.
LO QUE DICE EL RÍO LEMPA. CUENTOS. Ricardo Lindo. Primera Edición Clásicos Roxsil, 1990. Santa Tecla, El Salvador
El fiscal había sido duro.
El acusado, un joven de grandes ojos negros, miraba tristemente a los jurados. Sabía que el defensor –nombrado de oficio por la Fiscalía- no podía hacer gran cosa.
Lo atraparon pasando un cargamento de ropa por la frontera de Honduras, lejos de la aduana, y los policías lo golpearon tras robarle las mejores prendas.
Los jurados sólo agacharon afirmativamente la cabeza mientras se relataban los cargos en su contra. Era, para colmo, un extranjero, un turco como llamaba el fiscal a los árabes. El, como todos sus congéneres (y el acusador casi se atrevió a decir como sus descendientes y los hijos de sus descendientes) traficaba a costas del dinero del estado. Es más, ni siquiera hablaba bien el español.
Así estaban las cosas, antes que el abogado defensor interviniera, cuando se levantó el profesor de escuela, que se encontraba entre los espectadores, e interrumpió la honorable sesión.
Lo dejaron hablar, quizás porque el estupor detuvo al Juez, o bien porque era conocedor del respeto que el profesor gozaba en la comunidad, a pesar de ser poeta.
Habló pausadamente al comienzo, y poco a poco su voz fue elevándose y llenándose de vida.
Recordó las caravanas árabes recorriendo el ilimitado desierto para llevar, a lomo de camello, las sedas de Oriente a las cortes de Europa, y esas especias por las que un día América sería descubierta. El don de China iba en manos de esos camelleros de ojos oscuros, cubiertos de largas túnicas, a través de los fríos del Himalaya y los calores del África, desafiando los vendavales de arena y la crueldad inocente de las fieras.
Porque eran habitantes de la arena, que no produce nada, se volvieron comerciantes. Esos eran los antepasados del prisionero, cuyo camión era un falso camión, era un camello disfrazado de camión.
El profesor hizo una pausa y continuó.
También El Salvador era un desierto, un desierto poblado de árboles. Recordó su juventud, cuando recorría ciudades y caseríos pagando con acrósticos un almuerzo o un techo ocasional. No de otro pagaba Al-Mutanabi, con sus versos, la hospitalidad de jeques y sultanes en las cortes de Las Mil y una Noches. Sí, también en él, humilde profesor de escuela, había un grano de Al-Mutanabi, el inmortal poeta árabe.
Luego se refirió a los papiros, que crecen en nuestro suelo como a las orillas del Nilo, y a las garzas de los manglares, que se antojaban ibis rosados de Egipto. Las olas que bañaban sus pies en el Puerto de La Unión eran ciertamente las mismas que vieron pasar la embarcación de Simbad el marino.
Volvió aún al acusado. Hijo de un pueblo de errantes, había transgredido una frontera, pero las fronteras, a fin de cuentas, eran el resultado del egoísmo de los hombres, y la tierra era una sola, y para todos había sido creada.
Cuando el profesor concluyó su discurso, los asistentes creyeron haber sido depositados en el suelo por una alfombra mágica.
Todos se alejaron silenciosos, y el juicio ya no tuvo lugar. El acusado salió libre, porque lo contrario hubiera sido destruir el hechizo, romper una copa de Naishapur, despetalar los rosales de Persia, hundir el barco de Simbad.
LO QUE DICE EL RÍO LEMPA. CUENTOS. Ricardo Lindo. Primera Edición Clásicos Roxsil, 1990. Santa Tecla, El Salvador
Felicidades Jorge, muy buena esta nueva entrada. Y aunque todavia no termino de leerla toda, solo queria hacer un comentario acerca de la primera ilustracion, el dibujo esta precioso. Felicidades al señor Tico Hernandez.
ResponderEliminarLoly